Ensayo:
El mundo como yo lo veo...
Por: Albert Einstein (1879 - 1955).
¡Que extraña suerte la de nosotros los mortales! Estamos aquí por un breve periodo; no sabemos con qué propósito, aunque a veces creemos percibirlo. Pero no es necesaria una reflexión profunda para darse cuenta, por medio de la experiencia de la vida diaria, que uno existe para otras personas: En primer lugar, para aquellos cuyas sonrisas y bienestar sustentan totalmente nuestra propia felicidad, y después para los muchos desconocidos a cuyos destinos se está ligado por los lazos de la simpatía. Todos los días me recuerdo a mi mismo cientos de veces que mi vida interior y exterior está basada en el trabajo de otros hombres, vivos y muertos, y que me debo dedicar yo mismo a dar en la misma medida que he recibido y sigo recibiendo. Me atrae profundamente la vida frugal, ya que suelo tener la agobiante certeza de que acaparo una cuantía indebida del trabajo de mis semejantes. Las diferencias de clase me parecen injustificadas y, en último término, basadas en la fuerza. Creo también que es bueno para todos, física y mentalmente, llevar una vida sencilla y modesta.
No creo en absoluto en la libertad humana en el sentido filosófico. Todos actuamos no sólo bajo presión externa sino también en función de la necesidad interna. La frase de Shopenhauer “Un hombre puede hacer lo que quiera, pero no querer lo que quiera”, ha sido para mi, desde mi juventud, una auténtica inspiración. Tal pensamiento ha sido un constante consuelo en las penalidades de la vida, de la mia y seguro de otras tantas, además de ser un manantial inagotable de tolerancia. El comprender esto mitiga, por suerte, ese sentido de la responsabilidad que fácilmente puede llegar a ser paralizante, y nos impide tomarnos a nosotros y tomar a los demás, excesivamente en serio; esto nos conduce a un enfoque de la vida que, en concreto, da al humor el sitio que se merece.
Siempre me ha parecido absurdo, desde un punto de vista objetivo, buscar el significado o el objeto de nuestra propia existencia o de las criaturas. Y, sin embargo, todos tenemos ciertos ideales que determinan la dirección de nuestros esfuerzos y de nuestros juicios.
En este sentido, nunca he visto la comodidad y felicidad como fines en sí mismos -llamo a este planteamiento ético, el ideal de la pocilga- . Los ideales que han iluminado mi camino, y una vez tras otra me han dado valor para enfrentarme a la vida con alegría, han sido Belleza, Bondad y Verdad. Sin un sentimiento de comunidad con hombres de mentalidad similar, sin ocuparme del mundo objetivo, sin el esfuerzo en lo eternamente inalcanzable en el campo de los trabajos artísticos y científicos, la vida me hubiese parecido vacía. Los objetivos banales de los esfuerzos humanos —posesiones, éxito publico, lujo— me han parecido siempre despreciables.
Mi profundo sentido de la justicia social y de la responsabilidad social siempre ha contrastado, curiosamente, con mi notoria falta de necesidad de contacto directo con otros seres y comunidades humanas. Soy verdaderamente un “viajero solitario” y nunca he pertenecido en lo más profundo de mi corazón a mi país, a mi casa, a mis amigos, o incluso a mi familia más próxima; frente a todos estos lazos, nunca he perdido el sentimiento de distancia y la necesidad de estar solo... sentimientos que crecen con los años. Uno toma clara conciencia, aunque sin lamentarlo, de los limites del entendimiento y la armonía con otras personas. No hay duda de que con esto uno pierde parte de su independencia.
Mi ideal político es la democracia. Que se respete a cada hombre como un individuo y no se convierta en ídolo a ninguno. Es una ironía del destino que yo mismo haya sido objeto de una excesiva admiración y reverencia por parte de mis congéneres, sin culpa o méritos de mi parte. La causa de esto puede ser perfectamente el deseo, inalcanzable para muchos, de entender las pocas ideas que con mis débiles capacidades he alcanzado después de una lucha incesante. Soy consciente de que para que una sociedad (organización) pueda alcanzar sus objetivos, un hombre tiene que ser quien piense, dirija y asuma, en términos generales la responsabilidad. Pero el dirigente no debe imponerse por la fuerza, si no que los miembros de la sociedad deben tener el poder de elegir a sus dirigentes. En mi opinión, un sistema autocrático de coerción degenera muy pronto. La fuerza atrae a hombres de escasa moralidad, y considero una regla invariable el hecho de que a los tiranos con talento, les suceden siempre picaros y truhanes. (...). Lo que es realmente valioso en el escenario de la vida humana no es, en mi opinión, el estado político, sino el individuo sensible y creador, la personalidad; sólo eso crea lo noble y lo sublime, mientras el rebaño en cuanto tal, se mantiene torpe en el pensamiento y torpe en el sentimiento.
Este tema me lleva al peor producto de la vida del rebaño, el sistema militar, al que yo aborrezco. Que un hombre pueda disfrutar desfilando a los compases de una banda es suficiente para que me resulte despreciable. Le habrán dado su gran cerebro solo por error; le habría bastado con médula espinar desprotegida. Esta plaga de la civilización debería ser abolida con la mayor rapidez posible. Ese culto al héroe, la violencia sin sentido y todo el repugnante sinsentido que acompaña al nombre del patriotismo. ¡qué apasionadamente los odio! ¡Que vil y despreciable me parece la guerra! Preferiría verme descuartizado antes de tomar parte en tan abominable actividad. Tengo una alta opinión sobre el genero humano que creo que este espantajo habría desaparecido hace mucho tiempo si los intereses políticos y comerciales, que actúan a través de los centros de enseñanza y de la prensa, no corrompiesen sistemáticamente el sentido común de las personas.
La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance, es el misterio. Es la emoción fundamental que se encuentra en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia. Quien no lo conozca y no se pregunte por ello, no se maraville ante ello, debe estar como muerto, o sus ojos estarán cubiertos por la niebla . Fue la experiencia de misterio —aunque mezclada con el miedo— la que engendró la religión. Un conocimiento de la existencia de algo que no podemos penetrar, nuestras percepciones de la razón más profunda y de la belleza más radiante, que sólo son accesibles a nuestras mentes en sus formas más primitivas: es este conocimiento y esta emoción lo que constituyen la verdadera religiosidad. En este sentido y sólo en este sentido soy un hombre profundamente religioso. No puedo imaginar a un dios que recompense y castigue a sus criaturas, o que tenga una voluntad parecida a la que experimentamos dentro de nosotros mismos. Ni puedo ni querría imaginar que el individuo sobreviva a su muerte física; dejemos que las almas débiles, por miedo o por absurdo egoísmo, se complazcan en estas ideas. Yo me doy por satisfecho con el misterio de la vida eterna y con la conciencia de vislumbrar la estructura del mundo real, junto con el esfuerzo decidido por abarcar una parte, aunque se muy pequeña, de la Razón que se manifiesta en la naturaleza.